miércoles, 16 de abril de 2014

EL TESTIGO SILENCIOSO

Cuando mi dueño recuperó la conciencia, lo primero que vio fue mi parabrisas estrellado. Soy su automóvil, modelo 1983, color negro, placas 018SAC. Y conozco su historia, he sido su confidente ocho años. Mi amo yace en el suelo, bocabajo. Observo cómo se lleva la mano a la mandíbula y hace una mueca de dolor. Su boca está ensangrentada y un hilito rojo le resbala por la frente. Detrás de nosotros, en el horizonte turbio, unas nubes grises anuncian la tormenta inevitable. 

Quizá se pregunte ¿quién rompió el cristal de mi auto? Aunque lo más probable es que primero piense en él y se cuestione ¿dónde estoy y por qué estoy sangrando? A nuestro alrededor no hay ningún piadoso que pueda informarle lo ocurrido. Soy un espectador de su drama. Atestigüé cómo aquel sujeto corpulento y calvo lo golpeó, primero en la mandíbula, para después azotarlo contra mi vidrio. Luego tomó a la mujer que acompañaba a mi amo y sujetándola con fuerza por el brazo se la llevó. Pero él no se enteró. El golpe en la frente fue tan enérgico que lo dejó inconsciente.

Veo que trata de levantarse pero la fuerza le falla en piernas y brazos. Miro con cierta lastima como se arrastra por el suelo intentando llegar hasta donde estoy estacionado. En este instante, el cielo resplandece con un rayo que lo ilumina todo, segundos después, un tronido retumba en sus oídos y en mis cristales; pronto comenzarán a caer las primeras gotas. Y aunque, últimamente estuve en desacuerdo con mi dueño, por la relación que tenía con aquella mujer, no me gustaría que se mojara con la lluvia que se aproxima. Otro rayo cae y acalla mis pensamientos.

Tiempo atrás, aquella mujer y mi dueño habían hecho el amor en mi interior. Con el calor que desprendían sus cuerpos agitados empañaron mis vidrios. Recuerdo que escribieron en mi parabrisas sus nombres y los encerraron en un corazón con la fecha y la hora de su primer encuentro. Pero de eso no queda nada. La mujer y el tipo corpulento huyeron al sur. Y mi cristal, donde se juraron amor, yace estrellado.

Con esfuerzo mi amo logra llegar hasta donde me encuentro inerte. El viento sopla borrando las huellas de la huída. Desde dentro, el vidrio estrellado hace ver al mundo distinto, quebrado. De pronto, unas gotas comienzan a caer en mí. Él, entra tambaleándose, cierra mi puerta, deja caer una lágrima y enciende el motor. Y ambos marchamos sin mirar atrás. 



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