EL TESTIGO SILENCIOSO
Cuando
mi dueño recuperó la conciencia, lo primero que vio fue mi parabrisas
estrellado. Soy su automóvil, modelo 1983, color negro, placas 018SAC. Y
conozco su historia, he sido su confidente ocho años. Mi amo yace en el suelo,
bocabajo. Observo cómo se lleva la mano a la mandíbula y hace una mueca de
dolor. Su boca está ensangrentada y un hilito rojo le resbala por la frente.
Detrás de nosotros, en el horizonte turbio, unas nubes grises anuncian la
tormenta inevitable.
Quizá
se pregunte ¿quién rompió el cristal de mi auto? Aunque lo más probable es que
primero piense en él y se cuestione ¿dónde estoy y por qué estoy sangrando? A
nuestro alrededor no hay ningún piadoso que pueda informarle lo ocurrido. Soy
un espectador de su drama. Atestigüé cómo aquel sujeto corpulento y calvo lo
golpeó, primero en la mandíbula, para después azotarlo contra mi vidrio. Luego
tomó a la mujer que acompañaba a mi amo y sujetándola con fuerza por el brazo
se la llevó. Pero él no se enteró. El golpe en la frente fue tan enérgico que
lo dejó inconsciente.
Veo
que trata de levantarse pero la fuerza le falla en piernas y brazos. Miro con
cierta lastima como se arrastra por el suelo intentando llegar hasta donde
estoy estacionado. En este instante, el cielo resplandece con un rayo que lo
ilumina todo, segundos después, un tronido retumba en sus oídos y en mis
cristales; pronto comenzarán a caer las primeras gotas. Y aunque, últimamente estuve
en desacuerdo con mi dueño, por la relación que tenía con aquella mujer, no me
gustaría que se mojara con la lluvia que se aproxima. Otro rayo cae y acalla
mis pensamientos.
Tiempo
atrás, aquella mujer y mi dueño habían hecho el amor en mi interior. Con el
calor que desprendían sus cuerpos agitados empañaron mis vidrios. Recuerdo que
escribieron en mi parabrisas sus nombres y los encerraron en un corazón con la
fecha y la hora de su primer encuentro. Pero de eso no queda nada. La mujer y
el tipo corpulento huyeron al sur. Y mi cristal, donde se juraron amor, yace
estrellado.
Con
esfuerzo mi amo logra llegar hasta donde me encuentro inerte. El viento sopla
borrando las huellas de la huída. Desde dentro, el vidrio estrellado hace ver
al mundo distinto, quebrado. De pronto, unas gotas comienzan a caer en mí. Él, entra
tambaleándose, cierra mi puerta, deja caer una lágrima y enciende el motor. Y
ambos marchamos sin mirar atrás.
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